TERENCIO

Publius Terentius Afer Carthagine natus. El más delicado y sutil de los comediógrafos latinos nació en Cartago, de origen libio, no púnico. No es seguro que fuera hijo de madre africana, ya que pudo haber nacido de madre esclava llevada de Europa, por ejemplo, por las tropas de Aníbal.

Sea como fuere, nació y murió entre el final de la segunda Guerra Púnica y el comienzo de la tercera (201-149 a.C.).

Trasladado de niño a Roma, pasó por compra o donación, como esclavo, a poder del senador Terencio Tucano, militar ilustre, que lo educó como hombre libre y lo manumitió pronto, dándole además su nombre gentilicio: Terencio. Su cognomen, Afer, hace suponer que se le consideró simplemente africano.

Fue admitido en el selecto círculo literario filohelénico de Escipión Africano, el Menor, destructor de Cartago y de Numancia, y de su gran amigo, el político G. Lelio.

Entre los amigos de Terencio destacaron Lelio, amante de la filosofía griega y el helenizante L. Furio. Ambos le animaron probablemente a intentar, como Plauto, la adaptación al latín de la comedia griega.

Es probable que iniciara su actividad de comediógrafo el año 166 a.C., a los 19 de edad, cuando había pasado ya la época gloriosa de la comedia palliata y habían muerto sus más eximios representantes, Nevio, Plauto y Ennio.

Sus seis comedias, que nos han llegado íntegras, se representaron, con resultados diversos, entre los años 166 y 160 a.C. La titulada El Eunuco logró un gran triunfo. Se representó dos veces en el mismo día y su autor recibió por ella 8.000 sestercios, la suma más elevada pagada jamás por una comedia. En cambio, Hécyra fracasó en su primera representación (año 165 a.C.); los espectadores abandonaron el teatro para ir a ver la actuación de unos atletas y de un acróbata.

El año 163 a.C. logró un gran éxito con la comedia Heautontimoroumenos, en cuya representación intervino el famoso actor Ambivio Turpión.

El año 159 a.C. Terencio emprendió un largo viaje a Grecia. Es probable que quisiera conocer in situ el mundo griego en el que transcurría la acción de sus comedias palliatae. Acaso se proponía también llegar a Pérgamo, atraído por la fama de su magnífica biblioteca. Sea como fuere, no regresó de este viaje. Quinto Cosconio, gramático citado por Varrón, dice que, cuando regresaba a Roma, se hundió en el mar con la traducción de las 108 comedias de Menandro.

Terencio fue objeto de duras críticas y de malévolas acusaciones, a las que respondió en los prólogos de sus comedias.

Sus rivales le acusaban de prestar su nombre a sus protectores, es decir, a Escipión y a Lelio; se decía que éstos escribían las obras que él presentaba a la escena.

Se le acusaba también de plagio, sobre todo en El Eunuco y Los Adelfos. La acusación de plagio demuestra que entre los autores latinos había nacido ya el concepto de la propiedad intelectual, aunque de un modo un tanto peculiar. No era acusado de saquear a Menandro, sino a Nevio y a Plauto. Para los contemporáneos de Terencio las obras literarias griegas constituían una res nullius, que se convertía en propiedad privada del primer ocupante. Una obra traducida al latín era propiedad del traductor. Terencio, pues, cometía un furtum, un robo, al introducir en su Eunuchus los personajes del parásito y del militar, tipos que ya habían aparecido en las obras de Plauto.

Se le acusaba también de contaminatio de varios de sus modelos griegos.

Conserva los títulos griegos de sus obras, así como también los nombres griegos de los personajes y de las instituciones. No hace una traducción literal, sino una adaptación muy libre. Algunos de sus "arreglos" obedecen a su deseo de adaptar el texto a las condiciones de vida y costumbres romanas de su tiempo. En la sociedad helenizada de Terencio, las obras maestras de la literatura griega eran tan respetadas, que se consideraba una profanación el más insignificante cambio verificado en ellas.

Terencio renuncia al empleo del prólogo expositivo. Sus prólogos, breves y de tono serio y enérgico, le sirven para defenderse de los ataques de sus rivales.

En estos prólogos, actores especiales o actores ordinarios informan al público, sin romper la ilusión escénica, sobre los precedentes y circunstancias de la obra, sin exponer su argumento íntegro.

Los temas tratados en sus comedias son poco variados: una intriga que gira en torno de una aventura amorosa, cuyo desenlace depende de una oportuna anagnórisis y termina con el correspondiente matrimonio de los enamorados.

El conflicto surge entre los jóvenes y sus padres y entre esclavos y amos, por lo que aparecen los personajes tradicionales en la comedia: esclavo astuto, soldado fanfarrón, parásito, cortesana diestra en las artes de su oficio, etc

La acción no suele presentar muchas peripecias dramáticas. Solamente El Eunuco ofrece numerosos incidentes y variados juegos escénicos.

Más que por el desarrollo de la intriga, sus comedias sobresalen por la pintura de las situaciones y de los caracteres.

Las mujeres hallaron en Terencio un defensor poco común en la literatura antigua. Plauto presenta a unas matronas dominantes, altivas, rudas y manirrotas. Las de Terencio, en cambio, se muestran dignas, delicadas, virtuosas e incluso comprensivas con las debilidades de sus maridos y dispuestas a sacrificarse por sus hijos. Las cortesanas de Plauto son egoístas, avaras y pérfidas; las de Terencio son educadas, albergan generosos sentimientos y hacen objeto de sus favores a un solo amante.

Los padres de las comedias plautinas, salvo Hegión en Captivi, no se preocupan por la educación de sus hijos, a quienes secundan a menudo en su vida licenciosa y con los que rivalizan a veces en conseguir los favores de su amada. En muchas ocasiones se muestran tacaños y avaros y son engañados por el servus callidus. En cambio, los padres de las comedias de Terencio se comportan como personas sensatas ante sus hijos, de cuya conducta moral se preocupan.

Los esclavos conservan en Terencio la astucia e inventiva peculiares, pero no hacen gala de la desvergüenza, el cinismo y la desfachatez que caracterizan a los de Plauto. No se burlan de las debilidades de sus amos, hacia los que observan una fidelidad que puede llegar al sacrificio. Se comportan con dignidad y muestran en el trato con sus amos cierta educación e incluso delicados sentimientos.

Todas las clases sociales son pintadas con los matices más amables en Terencio, al ser contempladas a través del prisma cultural del helenismo, que iba modelando espiritualmente a la sociedad romana, que queda reflejada en sus comedias. El soldado fanfarrón del Eunuco no resulta tan vanidoso y ridículo como el Pyrgopolínices del Miles Gloriosus de Plauto. El indeseable rufián sólo interviene en dos breves escenas de Terencio y no inspira tanta repugnancia como los de Plauto. Los parásitos dejan de ser unos pobres famélicos, dispuestos a aguantar cualquier humillación con tal de saciar su hambre; son finos epicúreos, que se hacen apreciar por su capacidad para adular a los poderosos o por su ingenio. Egnatón, en Eunuco, pretende incluso fundar una escuela de parásitos que lleve su nombre, elevando esta difícil profesión al nivel de una escuela filosófica.

Como Plauto, Terencio recurre a modelos griegos, pero no se limita a tomar de ellos la comicidad que emana de las situaciones jocosas, sino que busca la delicadeza y la penetración psicológica. Sus comedias son, sobre todo, estudios de caracteres y sentimientos. Carecen del sabor intenso de la vida romana. Sus personajes no son griegos ni romanos, sino de cualquier lugar y tiempo.

La sociedad refinada y culta prefiere la sonrisa a la carcajada. Frente a Plauto, que echa mano de toda suerte de resortes humorísticos y recurre a personajes y situaciones capaces de provocar la risa, Terencio evita cuidadosamente toda zafiedad, el chiste grosero, las procacidades, las andanadas de improperios, los desplantes, la exageración jocosa, las frases de doble sentido y los neologismos chocantes.

Su comicidad se basa esencialmente en la pintura de caracteres llamativos y en las inconsecuencias y contrastes que ofrecen sus personajes. La vis cómica, la alegría explosiva de Plauto, que hacía las delicias del público multitudinario, es sustituida por la elegancia y cortesía en Terencio. Carece, pues, de la gracia y espontaneidad de Plauto, por lo que las clases populares desertan del teatro y se produce la natural decadencia de la palliata. Fue sustituida por otros tipos más elementales de comedia: la togata, la Atellana y, por último, por el mimo y la pantomima, único tipo de teatro realmente popular durante la época imperial.

Sus contemporáneos opinaban que en el pensamiento de sus personajes se echaba de menos la energía y que su estilo carecía de relieve.

En efecto, sus diálogos son monótonos, carentes de color y de vida, ya que todos los personajes se expresan en lenguaje refinado, de acuerdo con su formación cultural y la clase social a la que pertenecen.

Su lengua puede servir de modelo del sermo urbanus, elegante y puro, capaz de expresar los más delicados sentimientos, pero incapaz de provocar el entusiasmo del público. Sus comedias son más aptas para la lectura que para su puesta en escena. La palliata sólo pervivió entre una minoría selecta de literatos helenizados y de gusto refinado, pero fracasó ante el público.

Andria, Eunuco, Heautontimoroumenos, Formión, La suegra y Adelphoe